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 Este artículo es el adelanto de una obra más extensa que habla de las vivencias de una familia extremeña, de Orellana la Vieja.

02 Junio 2024
02 Junio 2024

Prólogo:
Su objetivo principal es otorgar voz a aquellos que no la tuvieron, permitiendo que sus propios sonidos dialectales se expresen. Estas voces, a menudo ridiculizadas, también encierran sufrimientos y alegrías, y en medio de tiempos difíciles, mantienen su dignidad.     
Cuando llegó a mí a través de Fernando Barrero, este relato me impresionó y me llegó al alma. Gracias a él, pude contactar con el autor del proyecto, Diego Sierra. Lo expuesto aquí es solo una pequeña parte de lo que será una gran publicación.
Agradezco profundamente a Diego Sierra por compartir estas historias y por su compromiso con la preservación de la memoria y la identidad de su comunidad.
Así pues, te invito a sumergirte en este relato, donde las palabras se entrelazan con la memoria y la identidad, y donde cada voz, por humilde que sea, contribuye a tejer el tapiz de la historia Bienvenido a este viaje a través del tiempo y las palabras, donde la dignidad y la autenticidad se entrelazan en un canto colectivo que trasciende las barreras del olvido.
¡Que disfrutes de la lectura!
 www.guerracivilenbadajoz.com

 

HISTORIAS DE NUESTROS MAYORES. (De Diego Sierra)
Últimos días de la guerra en la zona de Talarrubias y Campo de Concentración de Zaldívar. (Escrita en castúo)

¡Como conejos! ¡encerraos como conejos! Habían entrao ahí por Madrigalejo y a la vez por la parte Córdoba y cerraron ahí en Campanario ¡Miles de republicanos se quearon encerraos en la bolsa y los fueron cazando después, sin escapatoria pa ningún sitio! Mi Compañía habíamos salío antes y nos escapamos, por los pelos, pero nos escapamos. Nos llevaron a Casas de don Pedro reforzando a la 109, que estaba allí ya, y el 10 de agosto, poco más de una semana despué de tomá Orellana, ya nos atacaron en la carretera de Pela con aquellos moros del demonio y toa su artillería y su aviación. Eso fue ahí más arriba de Pela y no pudimos resistí y por la noche tuvimos que retiranos a la otra orilla ¡Claro! Ellos con con toa la fuerza: cañones, morteros, caballería mora, aviación… a ellos no los fartaba de na y a nosotros hasta de comé y uniformes y botas, pero más que na, cañones y aviación. Ya habíamos perdio toas las posiciones a la orilla derecha del río pero en el otro lao nos jicimos fuertes, que allí teníamos buenas posiciones de defensa. Y buenos mandos que había allí. 
Había un Comisario, que’ra tamién responsable de Zapadores, qu’a mí me quería mucho.Yo creo que le pereceríamos sus hijo, que estaba casao y tenía cinco hijos en Madrí, porque era un hombre mayó. Bueno ¡mayó pa mí que me llamaron a la guerra con 17 años! Él tenía que andá alreó de los cuarenta y era un hombre con mucho asiento y mucha experencia de guerra. Andrés Barrero se llamaba, que había estao en’a guerra de áfrica unos años patrás, cuando los moros jicieron aquella escabechina de Anual, asín que no tenía mieo de na y nos daba mucha confianza a tos el véle allí, tan tranquilo, en medio del tiroteo y de los camilleros corriendo con gente estrozá, ende las trincheras… que la única ve que le vi nervioso fue en Zaldívar y era porque no llegaba carta de su mujé, que él la había escrito, pero te daban las cartas cuando querían y se llevaban las nuestras cuando el cesto rebosaba del to. Siempre m’acuerdo… no me se pue orviá… ¡A las Boticarias se le llevaron! Entró con nusotro en Zaldívar pero mu pronto se le llevaron a ese otro cortijo que estaba allí cerca. Allí se llevaban a los mandos; oficiales y comisarios y eso. Entonce no nos poíamos figura pa que se los llevaban. Despué de trasladáme a mí a Castuera, por los que iban llegando despué con noticias nuevas, nos enteramos que a tos los de las Boticarias los habían afusilao. Alli se queó este hombre bueno, en una fosa común con otros sesenta o setenta que había con’é ¡Ni en mil años que vivan pagarán lo que han jecho! que la guerra es la guerra, pero cuando se acaba la guerra no se pue matá asín, porque te tengo manía ¡Entonce no acabaríamos nunca!
Como te digo, al otro lao del río teníamos níos de ametralladoras, morteros... y aluego el río, que era la mejó defensa, enque era verano y se trascolaba mu bien por los vaos, pero cruzá un río tan ancho como este nuestro es mu expuesto y hay que pensáselo dos veces cuando en el otro lao te van a recibí a tiros.
Allí resistimos toa la toñá y tamién el ivierno, que yo m’acordaba del olivá de mi padre, que quien lo iba a recogé, que se iba a hechá a perdé toa l’acituna sin dejá de llové ¡Cuánta agua cayó ese ivierno! ¡Pos toa me cayó encima! Con un capote manta que decían que no se mojaba, pero el mío se caía a cachos de tiráme cuerpo a tierra cuando venían los aviones de García-Morato jaciendo la noria.
Cuando nos enteramos que a úrtimos de enero habían entrao las facistas en Barcelona, ya perdimos la poca esperanza que nos queaba y mucha gente disertaba por el río y nos mandaban tiroteálos como si fueran el enemigo ¡Yo tiraba alreó pa no dálos, que no quería matá a los míos enque se fueran juyendo, que el mieo es mu malo y en la guerra tos lo hemos conocía arguna vé! ¡Jasta dos capitanes se pasaron! Eran hermanos los dos. Santiago y Enrique, que yo los conocía, pero esos no eran de mi compañía.
Ya en’a primavera, bien pasao el ivierno, nos enteramos qu’el coronel Casado se había levantao contra la República y estaba persiguiendo y encerrando a los comunistas en Madrí. ¿Tú te das cuenta? Nuestro ejército, el ejército de la República encerrando a los comunistas que eran los que mandaban en el gobierno ¡Coño! Negrín que era el que más mandaba, que era comunista ¿Como dejaba que nuestros mismos militares jicieran eso?
Había mucha confusión. Las cadenas de mando ya no se sabían si funcionaban o no ¡Eso fue pa vése! Cuasi tos los oficiales y los mandos eran partidarios de entregáse a Franco, porque la guerra se había terminao, pero muchos comunistas no querían entregáse. Había Jefes comunistas y otros que no lo eran. To esto debía de se a primeros de marzo, ya pasás las aguas del ivierno. Asín que los comunistas éramos ahora el enemigo y los oficiales se detenían unos a otros y se quitaban el mando de las Unidades, de manera que nusotro ya no sabíamos que Jefes eran de fiá y andábamos como pollo sin cabeza.
Nuestro capitán dijo que se iba al pueblo a negociá pa la entrega del armamento, pero ya no vorvió. Se había pasao al otro lao, asín que las órdenes las daba el Comisario, que ese era comunista.
Sabíamos que Azaña estaba en Francia ende primeros de febrero, asín que andábamos desmoralizaos. Yo estaba por’entonces en un destacamento con la misión de recogé a los que se habían queao sin mandos y lleválos pa Talarrubias y, de paso, pa que la gente no desertara por el río.
La verdá es que aqué destacamento andábamos por aquellos campos sin comé y sin contacto con naide y lo que jacíamos era dí de un cortijo a otro, a vé si nos daban argo de comé ¡Comprao, eso sí!, porque nusotro teníamos dinero, lo que no había es na que compra. Un pastó una noche nos mató una oveja vieja, que nustro queríamos una machorra que tenía, pero dijo que esa era su seguro de vida pa que sus hijos no se murieran de jambre, asín que nos mató la vieja y no la quiso ni cobrá, que jacía años que no vendía na y que no sabía lo que valía y que pa que quería él el dinero si ya no se poía compra ni vendé en ningún sitio. Na más que tiros y ruina.
Pos nusotro un día, ya consaos de da vuertas po los campos sin comé cuasi que ningún día, como te digo, decidimos dirnos pa Talarrubias, que nos enteramos que allí estaba la 109ª Brigada Mixta y que iban a decidí si entregáse a los facistas, que ya no nos queaba na que pudiéramos jacé, que los teníamos tan cerca que los víamos de asomáse ende los cerros, pero, por argún motivo no se metían con nusotro, ni s’arrimaban ni na. Estarían liaos en otro sitio.
Los papeles que echaban los aviones de Franco decían que los que no tuvieran las manos manchás de sangre que vorvieramos tranquilos, que nos presentemos a la Guardia Civil de Franco y nos darán sarvocondutos pa que vayamos a nuestros pueblos sin ningún problema, que la guerra s’ha terminao.
¡Tranquilos dicen! ¡Más falsos que Judas!
Allí estaba toa la Brigada 109 pero faltaba un batallón, el que defendía la zona de Cijara, ahí onde ahora está ese pantano grande, que es un terreno mu bravo de mucho monte y mucha sierra. Pos esos se quedaron por allí y no se entregaron, que mucho mejó pa ellos. Argunos se quearon de guerrilleros en la sierra y otros se fueron pa Alicante ¡Allí estaba mi cuñao Manué Anselmo que era comisario tamién! Argunos se vinieron pa Talarrubias a entregáse, pero él y otros cuantos siguieron po la sierra hasta Ciudá Reá. Aluego los cogieron a tos en Alicante, asín que acabamos iguá. Mi cuñao, muchos años despué le dejaron vení a su casa a moríse, que pesaba trenta y cinco quilos, pero le sacaron palante en su casa y ¡ahí está en Madrí, trabajando en’a costrución! ¡vivo y comunista como siempre!
Asín que en Talarrubias se decidió entregáse porque ya no había ónde dí. Tres oficiales pasaron el río y fueron a Casas de don Pedro a negociá la rendición. Allí, en las Casas. estaban los fascistas ende que tomaron Orellana y Pela el 21 de julio, que no me se pue orviá esa fecha, que mi madre y mucha gente, civiles que no habían jecho na, se fueron juyendo de Orellana. Juyendo con lo puesto y un costá con lo que poían llevá al hombro, que eso no se lo voy yo a perdoná en la vía a estos canallas, el jacéle eso a mi madre. Se fueron pa las sierras de Herrera del Duque y pasaron a Ciudá Real. En Agudo y en Almadén acogieron a muchos de Orellana el Socorro Rojo, y en Ballesteros, que los repartían por casas de facistas juíos al otro lao. La mitá de Orellana estaban por allí refugiaos.
El caso es que nuestros oficiales fueron a entregase y, cuando vorvieron, nos llevaron en formación a la orilla’l río, allí dejamos toas las armas en’a orilla y pasamos al lao d’allá.
¡Como llovía esa noche! Yo creo que era el 27 o el 28 de marzo del 39.
Pasamos con el agua al cuello, porque la barca no estaba, que ellos o nosotros la habíamos volao. Y como era marzo, el río toavía llevaba mucha agua, que por eso los facistas no fueron a por nusotros; nos mandaron de vení, ¡que mira que tiene cojones!, «¡Si quieres rendíte vente p’acá, que yo no quiero mojáme los pies!». Y po lo visto —yo eso no lo ví— tuvieron el cuajo de mandá a un capitán de los nuestros, de los que fue a entregáse, pa que formara un pelotón ¡de los nuestros! y en la plaza de Talarrubias leyera un parte de guerra, tomando posesión del pueblo en nombre de Franco ¡No te joe! pa que cuando ellos llegaran tranquilamente, ya con el río en su cauce, no los queara más que pasease y formá en’a plaza, sacando pecho y jaciéndose los chulos.
Nusotro llegamos esa noche, chorreando d’arriba abajo de habé pasao el río y del chaparrón de cojones qu’estaba cayendo. Llegamos a Las Casas de Don Pedro formaos por compañías, y nos encerraron en un armacén grande, con los techos mu artos y nusotro estábamos bastante tranquilos, dentro de lo que cabe. Yo estaba jaciendo planes pa comprá unos jocinos y unas albardas nuevas y prepará unos dentales pa ayudá a mi padre. Allí estábamos gastándonos bromas, pensando que la guerra s’había terminao y que ya vorviamos a casa.
Era un poco raro aquél armacén tan desagelao y sin lu, ni agua, ni una manta, ni na… pero como estábamos tan cansaos de guerra y de no sabé que jacé, pos con la ilusión de gorvé a casa y seguí con nuestra via no v’íamos lo que estaba pasando. Dijimos «pos nos encerrarán aquí porque, con lo que llueve, no nos van a dejá en’a calle». Y tos allí: que si no me pises, que si no me metas los pinreles en’as narices… cosas de gente joven, aliviaos por fin de tantas penurias pasás, pensando que mañana nos darían un sarvoconduto pa mandános ca uno a su pueblo, que es lo que nos habían dicho.
Ya de madrugá, que por cierto ya no llovía, nos jicieron de sacá las maletas y los petates allí a la calle, pero de mu malas maneras y como diciendo «no sabís lo que vos espera» y allí iban jaciendo montones con to lo que valía pa argo: cazadoras, botas, relojes, gafas… cualisquié cosa.
«Este reló es un recuerdo de mi padre, que me lo dio cuando terminé la carrera. No vale mucho, pero pa mí sí» «¿Tú pa qué quieres un reló? Ahora nusotro te diremos la hora de levantáse. No vas a necesitá reló, ahora tu hora la marcará Franco».
«¿Una estilográfica?. Tu no la necesitas. Te la voy a colectivizar, rojillo de mierda».
Entonce nos arrepentimos de habé sío tan confiaos y mirábamos pa la sierra, pero ya era tarde.
Nos llevaron en formación jasta un cortijo que yo no conocía. Yo había estao en las Casas con mi padre a comprá un carro de garbanzos un verano de jacía tres años, pero yo era un muchachón y d’ese caserío no m’acordaba. Unos tres kilometros del pueblo, un cortijo que llaman Zaldívar, asín to cercao con paeres altas y un pozo en el medio del patio. Despué siguieron llegando de los nuestros a ese cortijo y nos clasificaron creo yo que por nuestros regimientos, pero a los oficiales se los llevaban a otro sitio.
Por los tejemanejes nos dimos cuenta que habían nombrao chivatos, que los víamos d’entrá y sali del puesto de mando y la cara esa que se los pone a los chivatos, asín como juitivos y desconfiaos a la ves que entrometios, que preguntan más q’un cura. Luego ya nos llamaban, uno por uno, y nos iban preguntando si habías sío jefe de argo o eras de Sindicatos o de Partíos Políticos y te preguntaban por los nombres de tos tus mandos y de los compañeros tamién. Allí en una mesa sentaos: un teniente, el cura y dos más, allí con papeles delante que meneaban pa’ca y pa’lla y se los pasaban unos a otros. A los oficiales y comisarios y eso los encerraban aislaos y tenían que rellena una ficha mu grande ca uno, que yo las ví pero no se lo que ponían y mu pronto los llevaban al doblao de otro cortijo más chico qu’estaba cerca. Lo llamaban Las Boticarias que fue onde se llevaron a ese comisario que te digo que me quería tanto. Fernando Barrero.
Cuando empezamos a oí tiros po la noche y a nota la farta de gente que ayé estaban y hoy ya no, nos dimos cuenta de onde habíamos caío y ya no teníamos ganas de bromas como la primera noche. Nos dimos cuenta que la guerra no s’había terminao pa nusotro. Entraban a cuarquié hora y nombraban a unos cuantos, los encerraban aparte y por la noche los sacaban, se oían unos tiros y ya no los vías más. A los más cercanos, si preguntaban, los decían que los habían trasladao.
Yo tuve suerte porque, po lo joven que era, mi padre no me dejó de sacarme el carné comunista y eso creo que me sarvó.
¡Mi padre! ¡Con lo bien que llevábamos nuestros tratos! En Guadalupe comprábamos nueces y castañas pa Los Santos, qu’en el pueblo no había nogales ni castaños. Y p’alla nos habíamos llevao aceite y garbanzos que no se dan por allí. Comprábamos aquí y vendiamos allí y asín era nuestra via.
¡M’acuerdo de lo contento que venía mi padre con las primeras castañas! Ponía un saco allí en mitá de la cocina, cerca de la lumbre y decía: «andá, ir a buscá a vuestros primos, ¡a tos!,» y hasta qu’ellos no se jartaban de castañas no se empezaban a vendé a los vecinos y a to’l pueblo. Lo mismo con el aceite. Venía de la Prensa y ponía en metá la cocina una garrafa grande, de esas de boca ancha y nos decía «dir a llamá a tos los muchachos», ponía un par de panes reondos allí en un azafate y ¡a tostá rebanás en’a lumbre! Jasta que no se jartaban tos los críos de tostás bien empringás, no se guardaba l’aceite. ¡Parece que l’estoy viendo, que se le reía el alma viéndonos de comé!
El caso es qu’un día, allí en Zaldívar, a mí me nombraron pa se trasladao y yo me dije «aquí s’acabó to». Pero era raro porque habían nombrao po lo menos a cuarenta y nunca habían sacao a tantos d’una vé pa fusilálos y sin nombrarlos la noche d’antes, pero qué te poias esperá d’esta canalla.
¡El camino en’os camiones fue mu malo! No me s’asentaba la ropa en el cuerpo. Yo diciendome pa mí «en cualisquié camino d’estos que salen pal campo s’apartan un poco y nos afusilan a tos». Pero no. Ese traslado era de verdá. Se ve que ya no cabíamos allí, o que ya habían matao a los principales, o quien sabe lo que había en esas cabezas de gente sin concencia. El caso es que, a mediaos de mayo, nos llevaron a Castuera, a un campo de concentración que se estaba jaciendo allí.
¡No veas el alivio que m’entró cuando nos bajamos en el otro campo! ¡Me parecía que me había tocao la lotería! ¡Po lo menos estaba vivo!
Aluego fue cuando nos enteramos que, mu poco despué de salí yo pa Castuera, afusilaron a más de setenta compañeros en las Boticarias, sin juicio ninguno ¡A tos los que queaban! Y que los enterraron allí mismo, que los vieron y lo oyeron los vecinos y las familias de los fusilaos, que fueron a despedirse el día antes, que dicen que estaban cavando dos zanjas mu grandes allí atrás, los dijeron que pa jacé letrinas y que a ellos los iban a trasladá. Pero nunca salieron d’allí.
¡Parece mentira, con lo que hablan de Dio esta gente, cómo se pué tené tan mala concencia!
……
Diego Sierra.

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