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Villafranca de los Barros. De Joaquín Carrasco Macarro (Tio Juán). TESTIMONIO.

02 Junio 2010
02 Junio 2010

Joaquín Carrasco Macarro, nacido en Villafranca de los Barros en 1947, emigrante desde los 14 años, informa que salió de su pueblo para no volver nada más que de visita, cosa que hace con frecuencia, pues conserva, además de sus muy estimables amigos y amigas, junto a sus hermanos la casa de sus padres.
A través de un correo electrónico más una entrevista personal, me cuenta la historia que le gustaría sacar a la luz a través de mí, página, en esta nueva sección donde se publicarán todas esas historias que están en el olvido y quieran contar, para de esta forma darlas a conocer. Joaquín, nos cuenta, en la entrevista, la historia de su tío Juan Macarro Roblas, hermano de su madre, nacido en 1919. Vocacional para sacerdote, carrera que no pudo hacer por falta de subvención, ejerció de dependiente de telas en “El Buen Gusto” de Villafranca de los Barros, tras abandonar la zapatería que aprendió con su padre; Francisco Macarro González, fue, junto, entre otros, con unos primos hermanos, agricultores, cofundador de Los Requetés en Villafranca de los Barros, durante la II República. A pesar de no compartir su ideología política, dice Joaquín, las referencias que de él tengo son las de ser una buenísima persona, como lo demuestra la causa de su muerte.


02El día que en que los rebeldes proclamaron la “victoria” contra el régimen legalmente establecido —el 1 de abril de 1939—, paseaba con otro compañero junto a las vallas del Campo de Concentración de Castuera y un paisano de Villafranca lo reconoció y le pidió un cigarro. Fue ofrecer su petaca y comenzar a recibir patadas del uno de sus tenientes.
A continuación, lo encerraron en los sótanos del cuartel general; en la enfermería, que creo que estaba donde hoy día es el Casino de Castuera, de donde solo salió para ir a Sevilla, en donde no pudo desfilar; sus primos y quintos lo sacaron por la ciudad a cuestas, y un mes después, el 3 de mayo de 1939, moría víctima de una gangrena provocada por dicha paliza. 
El único de la familia que conoció el hecho minutos antes de su muerte, aparte de sus primos que no contaron nada hasta pasados cuarenta años, fue su padre, que sufrió tal shock; por una parte, a causa de la imagen que percibiera de su querido hijo —por quien abandono su actividad en la Banda Municipal de Música, desde el momento que su hijo fue incorporado al golpe militar—y por otra la rabia de no haber podido intervenir, pues él, un artesano zapatero de prestigio, tenía recursos para haberle proporcionado penicilina, entonces de estraperlo. Moría meses después sin desvelar el cuadro a su hija; única hermana del difunto y cinco años más joven. Únicamente le informó de que murió, “de pulmonía” y con las palabras de: “ya no veré a la niña”, se despedía de este mundo. Esa niña, entonces, fue años después mi madre: María Macarro Roblas.
Durante ese mes de agonía, en el que solo se alimentaba de leche condensada, por ser incapaz de ingerir otro alimento sólido, sus padres no supieron nada, a pesar, incluso, de que pasaron, en tren, por Villafranca, camino de Sevilla, donde desfilar en homenaje a la victoria. Con respecto al horario del tren, fueron engañados y cuando su padre llegó a la Estación de Ferrocarril, aquel ya había pasado. Nunca sabremos si estas actuaciones fueron por miedo o por coacción del régimen impuesto; al fin, lo mismo. Sus padres sospecharon que algún mal le acusaba, pues la correspondencia que ese mes recibieron de Juan, era escrita con la izquierda, ya que era ambidextro. Él les respondía no dándole importancia y poniendo disculpas; supongo que había censura en la correspondencia.

01
En ninguno de los archivos militares a los que me he dirigido por correo, en el modelo oficialmente establecido, y en persona, no saben ni he podido averiguar, nada de esa supuesta “Certificación de la Jefatura de Sanidad Militar”.  Que se cita en el Acta de Defunción, que firma en Villafranca el Sr. notario D. Joaquín Viñeta, dos días después. 
 No conforme con ello, el jefe de La Falange de Villafranca, en aquel momento un exmilitante comunista, impide que se le atribuyan los “honores” de víctima de guerra, tales como; figurar su nombre en la pizarra que tantos años se exhibió en el costado de la fachada de la Parroquia de Nuestra Señora del Valle, de Villafranca; solicitar una paga para su madre y hermana, viuda y huérfana de padre, respectivamente, sin ningún ingreso, y, por prohibir, prohibió, incluso, el que fuera llevado a hombros, al Cementerio, por sus amigos, y cuál sería la represión que hasta esto se asumió. Solo hubo una voz discordante para decir, supongo que en voz baja, que su brazo no se apartaba del féretro desde que lo agarró en casa y hasta darle sepultura. 
Esta triste historia, que he conocido, en dos etapas, obviamente, por mi madre, me gustaría, por la memoria de mi tío —sin otro sentimiento que la súplica de la misericordia de Dios y el restablecimiento de la memoria—, que se conociera públicamente, pues en determinados círculos, incluso familiares, cuando mi madre, antes de conocer la verdad, mencionaba el motivo de su muerte; según su información, pulmonía, suscitaba sonrisas insinuantes y comentarios morbosos más sospechan tés de otro tipo de enfermedad infecciosa como, tal vez, venérea. Todo lo cual es muy lamentable. Y, por ello, mi pregunta a la Jefatura de Sanidad Militar se encuentra, también, en estos momentos en el controvertido Auto del juez Garzón.
Salud.
Esta historia es de Juan Macarro, una persona que luchó en la guerra por sus ideales y que el demostrar un poco de humanidad con un supuesto enemigo y paisano del mismo, el costo, la vida.
 Es un ejemplo más del odio y la sin razón que predominaba en esos momentos en algunas personas (por calificarlos de alguna forma) perteneciente a las fuerzas rebeldes o nacionales vencedores de la contienda. Que si esto hacían con los de su propio Ejército, podemos imaginarnos lo que harían con aquellas personas, fieles al sistema salido de las urnas, y a las que, genéricamente, denominaban “rojos”.
José Pecero Merchán

En prensa. Público.es
Extremadura salva la memoria del campo de Castuera.

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El campo de concentración franquista de Castuera (Badajoz), por el que pasaron unos 15.000 presos entre los meses de marzo de 1939 y 1940, se ha convertido en el único de España considerado. Bien de Interés Cultural (BIC). La medida, que le otorga un grado de protección mayor que el de cualquier otro campo, blinda el recinto ante posibles tentativas empresariales, protege los vestigios que quedan y garantiza que se podrá seguir investigando, según fuentes del Ejecutivo regional.

El Diario Oficial de Extremadura publicó el 13 de mayo el decreto por el que se declara el recinto zona BIC con categoría de sitio histórico. “El campo de Castuera es un referente de la memoria histórica y lugar obligado de recuerdo […]. Su significación histórica lo configura […] como símbolo de nuestra región, que lo hace merecedor de su máximo reconocimiento y protección”, afirma el decreto de la Consejería de Cultura y Turismo.


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